INTERTEXTUALIDAD (resumen)
1. Enfoques de la intertextualidad
Kristeva es la primera en llamar la atención sobre la importancia de la existencia de textos previos que condicionan el acto de significar, independientemente del contenido semántico del texto. Esta investigadora señala que la comprensión de los textos aparentemente simples necesita algo más que el mero conocimiento del contenido semántico. El lector ha de tener experiencia de todo un corpus de discursos o textos que conforman ciertos sistemas de creencias en el seno amplio de la cultura. Lo dicho por esta investigadora refleja uno de los problemas que encuentra el lector, a veces, a causa de su desconocimiento de los textos previos de una cultura determinada. El sentido semántico no es siempre suficiente para entender el significado, ya que el conocimiento almacenado desempeña un papel relevante para la comprensión del mensaje. De ahí que un texto mira hacia lo que le precede, dando a su forma, ideológicamente neutra, todo un volumen de significación que lo mantiene y se nutre de la experiencia, o la información previa. Esta es, la principal función de la intertextualidad. Por su parte, Hatim y Mason (1995: 158) afirman:
“La intertextualidad ofrece una sólida base de pruebas para la aplicación de nociones semióticas básicas en actividades tales como la traducción o la interpretación.”.
Los escritores, en general, no ofrecen todas las informaciones al lector para entender un determinado mensaje, ya que para realizar tal tarea tendrían que escribir muchas páginas con el fin de transmitir una sola idea. Por eso, recurren a alusiones en sus textos, y el lector, a través de su conocimiento almacenado, llega a entender, o mejor dicho descifrar el mensaje. El hecho de que unos textos sean reconocidos con arreglo a su dependencia de otros textos relevantes es lo que se llama la intertextualidad.
El concepto intertextualidad está formado por el prefijo ‛inter’ que significa reciprocidad, interconexión, entrelazamiento, etc., y ‛textualidad’.
La intertextualidad considera el texto como un tejido o una red, un terreno donde se cruzan y se ordenan textos que proceden de muy distintos discursos.
Además, este término sufrió una larga disputa con el término ‛influencia’ que durante largo tiempo fue su sinónimo; de ahí que trabajos de autores franceses donde aparecen títulos que tratan de estudios intertextuales, aparecen en denominaciones de influencia. El término intertextualidad renueva y enriquece el término de influencia. En este mismo aspecto aportaremos las palabras de González (1994) sobre el origen de la intertextualidad,
“La hoy llamada “intertextualidad” se conocía antes por diversos nombres, que venían a significar distintos aspectos de este hecho: rasgo de estilo, de escuela o de generación; fuentes, influencias, préstamos literarios o- en su forma degradante- plagios.”
Los investigadores que apoyan esta postura no están a favor de la intertextualidad, siendo para ellos una forma de plagiar y de copiar de otros textos, asunto desdeñable desde su punto de vista, y el nacimiento de la intertextualidad surge como escapatoria para justificar el plagio. Hoy en día este tipo de estudio se ha convertido en análisis intertextual.
La intertextualidad, como fenómeno relativamente moderno, no afecta de igual forma a todos los textos. La presencia de este fenómeno se observa con abundancia en la parodia y en las reseñas críticas.
Bengoechea (1997: 1) define la intertextualidad como la relación de un texto con otros que le preceden. Lo que viene a significar que la interpretación del texto depende del conocimiento que se tenga de otros textos. La intertextualidad activa en el lector su conocimiento general, que tiene almacenado en su memoria. De ahí que la mayoría de los textos los interpretamos a través de la intertextualidad.
Por su parte, De Beaugrande y Dressler consideran la intertextualidad como una de las siete normas de la textualidad señalando que la recepción y la producción de un texto dependen del conocimiento almacenado en la memoria. Un acervo de textos anteriores acumulados que ayudan en la evolución de los tipos de nuevos textos.
Partiendo de todo esto, podemos afirmar que a los receptores de los textos tienen que poseer una información previa para poder entender los textos nuevos.
Para terminar este apartado, cabe recordar que la intertextualidad es una red de citas donde cada texto funciona no por referencia a un contenido fijo y único, sino por activación de distintos y diferentes códigos en el lector. Siempre existe una co-presencia entre dos o más textos.
Como síntesis, para Julia Kristeva, una construcción intertextual es el resultado de varios textos culturales. La intertextualidad, término elaborado por Kristeva, se basa sobre todo en el “imperativo dialógico”, que es concepto propio de Bajtín.
Kristeva (1969) señala la correlación entre los textos y mediante estas palabras lo sella “Tout texte se construit comme une mosaïque de citations, tout texte est absorption et transformation d´un autre texte. À la place de la notion d´intersubjectivité s´installe celle d´intertextualité”.
Kristeva (1969: 145) descarta la originalidad o la individualidad:
Borges, al igual que Kristeva, rechaza el concepto de originalidad creativa o de propiedad individual o la idea del formalismo mencionada antes de que un texto pueda ser un ente cerrado y autónomo. A propósito de la inexistencia de la originalidad de los textos, Borges señala que según la “cosmogonía judío-cristiana” solamente existen dos libros originales, y que son de Dios: el Libro de la Naturaleza y el Libro de las Escrituras. El ejemplo dado por Borges implica que no existe ningún libro que sea original e independiente de otros antecedentes.
Julia Kristeva (Sliven, Bulgaria, 24 de junio de 1941) es una filósofa, teórica de la literatura y el feminismo, psicoanalista y escritora francesa de origen búlgaro. Se educó en un colegio francés y luego estudió lingüística en la Universidad de Sofía. En 1965, a la edad de 24 años, se trasladó a París, estudió en la Universidad de París y en la École Pratique des Hautes Études, al tiempo que publicaba artículos en revistas como Tel Quel, Critique yLangages. Desde 1970 hasta 1983, formó parte del equipo de redacción de Tel Quel.
En la actualidad, enseña Semiología en la State University de Nueva York y la Universidad París VII "Denis Diderot". Posee 8 doctorados honorarios y en el 2004 ganó el prestigioso premio noruego Holzberg por su innovador trabajo en la intersección entre lingüística, cultura y literatura.
*******************
En esta unidad, analizaremos varios casos de intertextualidad. Para comenzar, lean el mito del Minotauro que se expone a continuación:
Minos fue el primer rey que dominó el mar Mediterráneo, al que libró de piratas, y en Creta gobernó en noventa ciudades. Cuando los atenienses asesinaron a su hijo Androgeo decidió vengarse de ellos y recorrió el Egeo reuniendo barcos y reclutas armados. Algunos isleños accedieron a ayudarle, pero otros se negaron. Esta guerra se prolongó hasta que Minos, viendo que no podía subyugar a Atenas, rogó a Zeus que vengase la muerte de Androgeo, y en consecuencia toda Grecia fue castigada con terremotos y hambre. Los reyes de varias ciudades-estado se reunieron en Delfos para consultar al oráculo y se les dijo que hicieran plegarias. Cuando se hubo hecho eso, los temblores de tierra cesaron en todas partes menos en el Atica. El rey Egeo, de Atenas, veía consternado cómo la peste y el hambre diezmaban sin tregua a la población, mientras Minos seguía asediando la ciudad. Para levantar el asedio, Minos impuso estas condiciones:
“Cada año, durante nueve años consecutivos, siete jóvenes y siete doncellas deben ir de Atenas a Creta para ser entregados como pasto al Minotauro”.
El Minotauro era un monstruo cruel, con robusto cuerpo de hombre rematado por cabeza de toro, en la que flameaban dos ojos feroces. Algunos decían que era hijo del propio Minos y de su esposa Pasifae. El Minotauro se alimentaba de carne humana. Minos encerró a este monstruo en un laberinto, que mandó a construir por Dédalo, genial arquitecto. De este laberinto no se podía salir una vez que se había entrado en él. Se hallaba atravesado por oscuras y tortuosas cavernas, madejas de corredores sin fin, millares de galerías terribles que conducían al centro del palacio laberíntico.
Y allí, sobre un trono rodeado de encendidas antorchas, estaba el feroz Minotauro en espera de su ración de carne humana.
Al principio, Minos tenía la dolorosa obligación de enviar al monstruo, para que se alimentara, a los condenados a muerte y a los niños pequeños arrebatados a sus madres, porque al monstruo le gustaban mucho. Pero al imponer el terrible tributo a los atenienses a cambio de la paz, cada año catorce jóvenes de Atenas se dirigían en lúgubre cortejo hacia Creta, donde les aguardaban las voraces fauces del Minotauro.
El heroico hijo del rey Egeo, Teseo, se encontraba en la corte cuando llegaron los mensajeros de Minos que, de acuerdo con el pacto, venían, como todos los años, a llevarse a las catorce víctimas.
--¿Y por qué este tributo ignominioso? –preguntó el joven príncipe, pues nada sabía del pacto estipulado entre Atenas y Creta, ya que cuando se inició estaba en Trezena al lado de su madre.
Su padre le explicó lo ocurrido. Teseo reprimió un escalofrío y con el ardor de la juventud, exclamó:
--¡Déjame partir a esa isla! Acompañaré a las futuras víctimas. Enfrentaré al Minotauro, padre. Lo venceré. ¡Y quedarás libre de esa horrible deuda!
--No. ¡No te dejaré partir! Además el Minotauro tiene fama de invencible. Se esconde en el centro de un extraño palacio: ¡el laberinto! Sus pasillos son tan numerosos y están tan sabiamente entrelazados que aquellos que se arriesgan no descubren nunca la salida. Terminan dando con el monstruo… que los devora –exclamó el padre temblando y abrazando a su hijo.
Teseo era tan obstinado como intrépido, insistió, se enojó y luego, gracias a sus demostraciones de cariño y a su persuasión, logró que el viejo rey Egeo, muerto de pena, terminara cediendo. Entonces el rey de los atenienses le dio dos velas para su navío:
--La nave que te llevará a Creta lleva velas negras, en señal de duelo. Si sales bien de tu empresa –le dijo a Teseo--, pondrás a tu regreso velas blancas en la nave. Así sabré que estás vivo antes de que atraques. Y ahora, ¡que los dioses te protejan, hijo mío!
Teseo se lo prometió, luego abrazó a su padre y se unió a los atenienses en la nave.
Una noche, durante el viaje, Poseidón, el dios de los mares, se apareció en sueños a Teseo. Sonreía:
--¡Valiente Teseo! –le dijo--, tu valor es el de un dios. Es normal: eres mi hijo con el mismo título con que eres el de Egeo. (Su madre había sido tomada a la fuerza por Poseidón la noche de su boda con Egeo.)
Teseo oyó por primera vez el relato de su fabuloso nacimiento.
--¡Al despertar sumérgete en el mar!. Encontrarás allí un anillo de oro que el rey Minos ha perdido antaño –le recomendó.
Teseo emergió del sueño. Ya era de día y a los lejos se divisaban las costas de Creta. Ante sus compañeros estupefactos se arrojó al agua y en el fondo vio una joya que brillaba entre los caracoles. Se apoderó de ella con el corazón palpitante. De modo que todo lo que le había revelado Poseidón en sueños era verdad: ¡él era un semidiós!
Cuando el navío tocó el puerto de Cnosos, Teseo divisó entre la multitud al soberano y fue a presentarse:
--Te saludo, oh poderoso Minos. Soy Teseo, hijo de Egeo.
--Espero que no hayas recorrido todo este camino para implorar mi clemencia –dijo el rey mientras contaba a los catorce atenienses.
--No. Sólo tengo un anhelo: no abandonar a mis compañeros –afirmó el joven.
Un murmullo recorrió el entorno del rey. Desconfiado, este examinó al recién llegado. Reconociendo el anillo de oro que Teseo llevaba en el dedo, se preguntó, estupefacto, gracias a qué prodigio el hijo de Egeo había podido encontrar esa joya. Desconfiado, refunfuñó:
--¿Te gustaría enfrentar al Minotauro? En tal caso, deberás hacerlo con las manos vacías. Deja tus armas.
Entre quienes acompañaban al rey, se encontraba Ariadna, una de sus hijas. Impresionada por la temeridad del príncipe, pensó con espanto que pronto iba a pagarla con su vida. Teseo había observado durante largo tiempo a la joven. Ciertamente, era sensible a su belleza. Pero se sintió intrigado por el trabajo de punto que llevaba en la mano:
--Extraño lugar para tejer –pensó.
Sí, Ariadna tejía a menudo, cosa que le permitía reflexionar. Y sin sacarle los ojos de encima a Teseo, una loca idea germinaba en ella…
Vengan a comer y a descansar –decretó el rey Minos--. Mañana serán conducidos al laberinto.
En la oscuridad. Teseo despertó de un sobresalto: ¡alguien había entrado en la habitación donde estaba durmiendo! Escrutó en la oscuridad y lamentó que le hubieran quitado su espada. Una silueta blanca se destacó en la sombra. Un ruido familiar de agujas le indicó la identidad del visitante:
--No temas. Soy yo, Ariadna.
La muchacha tomó la mano del joven.
--¡Ah, Teseo --le imploró--, no te unas a tus compañeros! Si entras al laberinto jamás saldrás de él…, y no quiero que mueras.
Por los temblores de Ariadna Teseo adivinó qué sentimientos la habían empujado a llegar hasta él esa noche. Perturbado, murmuró:
--Sin embargo, Ariadna, es necesario. Debo vencer al Minotauro y liberar a mi patria.
--Lo detesto. Es un monstruo. Y sin embargo, es mi hermano –se lamentó Ariadna.
--¿Cómo?, ¿qué dices? –se extrañó Teseo.
--Ah, Teseo, déjame contarte una historia muy singular. --La muchacha se acercó a Teseo para confiarle el secreto--. Mucho antes de mi nacimiento, mi padre, el rey Minos, cometió la imprudencia de engañar a Poseidón: le sacrificó un miserable toro flaco y enfermo en vez de inmolarle el magnífico animal que el dios había hecho emerger de las aguas para él. Poco después mi padre se casó con la bella Pasifae, mi madre. Mas Poseidón rumiaba su venganza. En recuerdo de la antigua afrenta le hizo perder la cabeza a Pasifae y la indujo a enamorarse… de aquel magnífico toro. ¡La desdichada llegó incluso a encargar a Dédalo que le construyera una carcasa de vaca con la que disfrazaba para unirse al animal que amaba! La continuación la imaginas: mi madre dio a luz al Minotauro, mitad hombre y mitad toro. Mi padre no se atrevió a matar al monstruo, pero quiso esconderlo para siempre de la vista de todos. Convocó al más hábil de los arquitectos, a Dédalo, que concibió el famoso laberinto.
Impresionado por el relato, Teseo no sabía qué decir.
--No creas que quiero salvar al Minotauro. ¡Ese devorador de hombres merece la muerte! –agregó Ariadna.
--Entonces lo mataré –repuso Teseo.
--Si llegaras a hacerlo, nunca encontrarías la salida del laberinto –razonó la joven.
Un largo silencio se produjo en la noche. De repente, Ariadna se acercó aún más a Teseo y le dijo:
--Teseo, ¿si te facilitara el medio de encontrar la salida del laberinto, me llevarías de regreso contigo?
El héroe no respondió. Por cierto, Ariadna era seductora, y la hija de un rey, pero él había ido hasta esa isla no para encontrar allí una esposa sino para liberar a su país de una terrible carga.
--Conozco los hábitos del Minotauro –insistió ella--. Sé cuáles son sus debilidades y cómo podrías acabar con él. Pero esta victoria tiene un precio: ¡me sacas de aquí y me desposas!
--De acuerdo. Acepto –dijo Teseo.
Ariadna se sorprendió de que Teseo aceptara tan rápidamente. ¿Estaba enamorado de ella? ¿O se sometía a una simple transacción? Le confió mil secretos que le permitirían vencer al Minotauro al día siguiente. Y el ruido de su voz se mezclaba con el choque de las agujas. Ariadna no había dejado de tejer.
Otros cuentan que fue Teseo quien, conmovido ante la confianza que le demostraba Ariadna al contarle los secretos para vencer a su hermano, le propuso a la joven:
--Princesa, trataré de ser digno de tu confianza y de tu amor y, si los dioses me conceden la victoria, te pediré que seas mi esposa. ¿Querrás?
--Seré muy feliz de que me hagas tu esposa --respondió la muchacha—Y estoiy segura de que saldrás victorioso.
Frente a la entrada del laberinto, Minos ordenó a los atenienses: “Entren, es la hora!”
Mientras los catorce jóvenes aterrorizados penetraban uno tras otro en el laberinto, Ariadna murmuró a su protegido:
--Teseo, ¡toma este hilo y no lo sueltes! Así estaremos ligados el uno con el otro.
El ovillo de hilo debía ser devanado según avanzaba y, recorriendo luego el camino en sentido inverso, podría hallar fácilmente la salida.
El héroe entró y se unió a sus compañeros que vacilaban ante una bifurcación. Desembocaron en un corredor sin salida, volvieron sobre sus pasos, tomaron otro camino que los condujo a una nueva ramificación de varios pasillos.
--Vayamos por el centro, y sobre todo, no nos separemos –ordenó Teseo.
Pronto emergieron al aire libre; a los muros del laberinto habían seguido infranqueables bosquecillos.
--¿Quién sabe…? –murmuró uno de los atenienses-- ¿Y si el destino nos ofreciera la posibilidad de no llegar al Minotauro sino a la salida…?
Ay, Teseo sabía que no sería así. Dédalo había concebido el edificio de manera que siempre se terminaba llegando al centro.
Fue exactamente lo que se produjo. Hacia la noche, cuando sus compañeros se quejaban de fatiga y sueño, Teseo les ordenó:
--¡Detengámonos! ¡Escuchen!
Los muros les devolvían el eco de gruñidos impacientes, y en el aire flotaba un fuerte olor a carroña.
--Llegamos –murmuró Teseo-- ¡El antro del monstruo está cerca! Espérenme y, sobre todo, ¡no se muevan de aquí!
Partió solo. De repente, salió a una explanada circular. Allí había un monstruo aún más espantoso que lo que se había imaginado: un gigante con cabeza de toro, cuyos brazos y piernas poseían músculos nudosos como troncos de roble. Al ver entrar a Teseo, mugió un espantoso grito de satisfacción voraz. Debajo de su cabeza apuntaban unos cuernos afilados hacia la presa. Luego se lanzó hacia su futura víctima golpeando el aire con sus pezuñas.
El suelo estaba cubierto de osamentas. Teseo recogió la más grande y la blandió. En el momento en que el monstruo iba a ensartarlo, se apartó para asestarle en la cabeza un golpe terrible. El Minotauro aulló de dolor. Sin dejarle tiempo para recuperarse, Teseo se aferró a los dos cuernos para saltar encima de los hombros peludos. Así montado, apretó las piernas alrededor del cuello de su enemigo, privándolo de la respiración. El monstruo, furioso, se debatió. ¡Ya no podía clavarle los cuernos a ese adversario que hacía uno con él y lo dejaba sin aire! Pataleó, cayó y rodó por el suelo. A pesar de la arena que se filtraba en sus ojos y en sus oídos, Teseo no soltaba a su presa, tal como Ariadna se lo había recomendado.
Poco a poco, las fuerzas del Minotauro declinaron. Lanzó un espantoso mugido de rabia y exhaló el último suspiro. Entonces Teseo se apartó de la enorme bestia inerte. Su primer reflejo fue recuperar el hilo de Ariadna.
El silencio insólito y prolongado atrajo a sus compañeros.
--Increíble… ¡Has vencido al Minotauro! ¡Estamos a salvo!
Febriles, se pusieron en marcha. Gracias al hilo, volvían a desandar el largo y tortuoso trayecto que los había conducido al horror. A Teseo le costaba dominar su impaciencia. Se preguntaba qué dios benévolo le había dado esa genial idea a Ariadna. Pronto el hilo se tendió: del otro lado alguien tiraba con tanta prisa como él.
Finalmente, luego de muchas horas, emergieron al aire libre. El héroe, extenuado, tiró los cuernos del Minotauro que le había arrancado como trofeo, cerca de la entrada del laberinto. Loca de amor y alegría, Ariadna se precipitó hacia él. Se abrazaron, felices.
El alba se acercaba. Acompañados por Ariadna, Teseo y sus compañeros se escurrieron pór las calles de Cnosos y llegaron al puerto.
--¡Perforen el casco de todos los navíos cretenses! –ordenó Teseo.
--¿Por qué? –se interpuso Ariadna, asombrada.
--¿Crees que tu padre no va a reaccionar? ¿Que va a dejar escapar a su hija con el que mató al hijo de su esposa? ¿Qué va a renunciar al tributo de Atenas? Debemos huir y poner distancia entre ellos y nosotros.
Subieron a la nave ateniense y escaparon en dirección a la isla de Naxos, donde desembarcaron para descansar.
Pero cuando Ariadna despertó, después de muchas horas de pesado sueño, vio que en la isla no había nadie. El ingrato Teseo, que la había abandonado, navegaba entretanto hacia su ciudad.
Sin embargo, otras versiones cuentan que Teseo tuvo, esa noche, otro sueño extraño: esta vez fue otro dios, Dioniso, el que se le apareció.
--Es necesario –ordenó—que abandones a Ariadna en la isla. No se convertirá en tu esposa. Tengo para ella otros proyectos.
--Sin embargo… le he prometido –balbuceó Teseo.
--Lo sé. Pero debes obedecer, o temer la cólera de los dioses.
Los dioses no actuaban sin motivo. Y Dioniso tenía buenas razones para que Teseo abandonara a Ariadna: seducido por su belleza, quería convertirla en su esposa. Claro que Teseo ignoraba esas intenciones del dios enamorado y celoso. Preocupado por las acusaciones de ingratitud que seguramente recibiría, olvidó la recomendación de cambiar las velas que le había hecho su padre.
Apostado en lo alto del faro que se erigía en la entrada de El Pireo, el puerto ateniense, el guardia gritó:
--¡Una nave a la vista! Es la galera que vuelve de Creta. ¡Rápido, vamos a avisar al rey!
--¿Las velas? –preguntó el rey alzando la cabeza hacia el guardia que le traía la nueva-- ¿Puedes ver las velas y decirme cuál es su color?
--Ay, gran rey, son negras –replicó con tristeza el guardia.
El viejo Egeo no quiso saber más. Loco de dolor, se arrojó al mar y se ahogó. Ese mar hasta hoy lleva su nombre: Mar Egeo, en homenaje a su amor por su hijo.
Cuando la galera atracó, acababan de conducir el cuerpo de Egeo a la orilla. Teseo se precipitó hacia él. Adivinó enseguida lo que había ocurrido y se maldijo por su negligencia. Intentó vanamente revivir a su padre, pero comprendió que era demasiado tarde. La tristeza que invadió al joven le hizo olvidar su reciente victoria sobre el monstruo. Con amargura, pensó que acababa de perder a una esposa y a un padre.
--¡A partir de ahora eres rey! –dijeron los atenienses, inclinándose.
El nuevo soberano decretó solemnemente: “¡Que este mar desde ahora lleve el nombre de mi padre adorado!
Mientras tanto, Ariadna, sola y en un día naciente, vio a lo lejos las velas negras de la galera que se alejaban. Incrédula, balbuceó:
--¡Teseo! ¿Es posible que me abandones?
Siguió la embarcación con los ojos hasta que se la tragó el horizonte y comprendió que nunca más volvería a ver a Teseo. Sola en la playa de Naxos, dio libre curso a su pena: gimió largamente sobre la ingratitud de los hombres y retomó su tejido. Lloraba y tejía.
Textos tomados de: Graves, Robert, Los mitos griegos I, Losada, Buenos Aires, 1967.
A continuación respondan las siguientes consignas:
1) Por qué les parece que el texto anterior es un mito:
* es de autor conocido o es de transmisión anónima y popular
* hay una sola versión de los hechos o varias de algunos sucesos
* permite recreaciones literarias o hay un texto ya fijado
* está centrado en una gesta heroica o narra sucesos verosímiles
2) Buscar información histórico-arqueológica sobre el palacio de Cnosos, en Creta, hallado por Arthur Evans. ¿Tiene algún parecido con el relato mítico?
Y ahora lean “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges (http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/borges/la_casa_de_asterion.htm) que aparece a continuación y contesten las preguntas que se formulan luego.
La casa de Asterión (Jorge Luis Borges)
| ||
| ||
1. El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.
|
1.- ¿En qué persona gramatical está narrado? ¿Quién es el narrador? ¿Es protagonista o testigo de la historia?
2.- ¿Cómo se lo caracteriza? ¿Coincide con la imagen que tenían de él a través del mito? ¿Por qué Borges lo habrá elegido como narrador?
3.- ¿Cómo se describe el encuentro periódico con los atenienses? ¿Se asemeja al relato mítico?
4.- ¿Está narrado el encuentro con Teseo o en el cuento se hace una elipsis o supresión del hecho?
5.- Explicar la última frase.
6.- ¿Por qué puede decirse que existe el cuento de Borges y el mito? ¿Es un intertextualidad literal o alusiva?
*******************
Ahora, lean los dos cuentos que siguen, “La intrusa”, de Jorge Luis Borges y “Ulpidio Vega”, de Roberto Fontanarrosa, y respondan luego las consignas:
La intrusa (Jorge L. Borges)
| |
|
Ulpidio Vega (Roberto Fontanarrosa)
|
ULPIDIO VEGA, te nombro. Y de la apagada sombra de tu nombre rescato tu paso tardo por el empedrado desprolijo de Saladillo y la cierta fama de guapo sin doblez que te persiguió sumisa, como la silenciosa y tenaz fidelidad de un perro.
Quien te vio alguna vez por el Bajo, no te olvida. De callada mesura, sombrío el porte, mezquinabas palabras como si fueran monedas caras. Negros los ojos, en la negrura misma que sobre la frente escasa te tiraba encima el ala apenas curva de tu sombrero gris, tan conocido.
Ulpidio Vega, te nombro. Y de tu nombre exhala un aliento a kerosén barato, a bizcochito, a queso de rallar y vino tinto.
Aroma de almacén, de cambalache, que tuvo tu pobre viejo laburante por calle San Martín, casi en Tablada. Aroma a jabón pinche, a mate amargo, el mismo aquél que te alcanzaba la mano cordial de doña Cata, tu pobre vieja, que se cansó de mirar por la ventana.
Ulpidio Vega, te nombro. Y se santiguan las cuatro esquinas bravas de Ayolas y Convención, las que salieron tantas veces escrachadas en letra de molde, cuando algún fiambre aparecía tirado en esa encrucijada.
Rezan de apuro las jovatas de memoria larga al recordar tu estampa de figura fina, el caminar pesado, un gesto de disgusto en la cara aindiada y el cuerpo erguido por la faca que atrás, en la cintura, te entablillaba.
Por trabajar en el Swift te habían llamado "El Matarife de Saladillo".
¡Qué te iba a impresionar a vos la sangre, Ulpidio Vega! Si día a día degollabas animales y la cuchilla te era tan natural como un anillo, como un zarzo sencillo en el meñique.
Pero eran dos los Vegas, Juan y Ulpidio. "El Vega chico" le decían al otro, que también trabajó en el frigorífico.
Y por si fuera escaso el desmesurado coraje de Ulpidio en la pelea, el "Vega Chico" era también de púa veloz, y sin entrañas.
De negro los dos, siempre, aun de mañana.
Pero, como suele suceder en estas cosas, Ulpidio se metió con una mina que se levantó una noche de Carnaval en el Club Atlético Olegario Víctor Andrade. La mina era una reventada que hacía copas en el Panamerican Dancing, frente a Sunchales, y que ya le había borrado el estampadito floreado a las sábanas del Amenábar, de tanto frote. Pero una hembra que pasaba y dejaba el aire como embalsamado de perfume dulzón, y enardecido. Rosa se llamaba, y era justicia.
Ulpidio Vega, te nombro. Y no me equivoco. Como se equivocó esa noche fatal la mina aquella cuando por llamarte "Ulpidio", "Juan" te dijo.
¡Qué oscura mano de destino cabrón los puso frente a frente, Ulpidio Vega!
¡Vos y tu hermano, inseparables siempre, enfrentados por el cariño falaz de una perdida!
Tiempo estuvieron mordiéndose las ganas de agarrarse. De mirarse profundo, y sin palabras. De medirse con odio. Y de no hablarse. Todo el barrio sabía del bolonqui que rechinaba en los dientes de los Vega. Pero cuando más de una vez saltó la bronca, y la faca apareció brillando en ambas diestras, algo los amuraba al suelo y les clavaba la bronca a la vereda. Algo, que allá en la casa desde chicos les acariciara la frente, les planchara los lompa y les dejara los botines bien brillosos cuando se iban de milonga a Central Córdoba. Algo. La vieja.
"Si no te mato", se lo dijo bien clarito Ulpidio a Juan, "sólo es por ella". "Si no te enfrío", le contestaba Juan, que no era lerdo, "es por la vieja".
Y así andaban los dos, encajetados, sin poder ni dormir, más que hechos bolsa. Y encima la reventada de la Rosa les metía la cizaña de su labio, de sus promesas vanas, de sus mañas.
Y no se pudo más. Aquella noche Ulpidio y Juan llegaron puntualmente hasta el campito. Era un potrero de pura tierra y matorrales que los mocosos usaban para jugar al fulbo. Pero esa noche había luna. Y no era un juego.
Ulpidio peló una faca que tenía este largo. ¡Uy Dio, cómo brillaba la plata de la luna sobre el filo helado del acero!
Y Juan, Juan peló también tremenda púa que de verla nomás, te entraba miedo.
"¡Venite!"
"¡Vení vos!", se supo después que se dijeron. Y fue cuando llegó doña Cata hasta el campito, de pálido rostro, ojos sufridos, de manos apretadas y pañuelo negro. Nunca se supo quién le pasó el dato. Tal vez fue esa mágica intuición de madre la que la llevó hasta allí en ese momento.
No se oyó de su boca una palabra. Y tampoco en sus ojos lágrimas se vieron. Pero eso sí, sus manos agrietadas de lavar ropa ajena en el invierno, dibujaron en el aire asustado de la noche, un gesto: se agachó, se sacó una zapatilla y lo demás, frate mío, ni te cuento.
A Juancito lo fajó hasta en el cogote, le deformó la sabiola a chancletazos, y le sacudió tantos palos por el lomo que lo dejó mormoso al pobrecito. Contaban los vecinos que lo oyeron, que tirado en el suelo, Juan rogaba y a la vieja pedía perdón a gritos.
A Ulpidio, de las crenchas lo cazó la vieja aquella, y le arruinó la jeta a chancletazos porque le pegó media hora, de corrido.
|
A) Busquen una breve biografía de cada uno de los autores.
Borges:……………………………………………………………………..
Fontanarrosa:……………………………………………………………….
B) ¿Qué coincidencias pueden establecerse entre los dos textos en cuanto a:
Personajes:………………………………………………………………………
Conflicto narrativo:……………………………………………………………..
C) ¿Cuál es la resolución del conflicto en cada uno de los cuentos?:
Borges:……………………………………………………………………………. Fontanarrosa:……………………………………………………………………...
D) ¿En cuál los personajes buscaron distintas soluciones al problema planteado? ¿Cuáles fueron? ¿Por qué no funcionaron?
E) ¿Cuál tiene resolución trágica y cuál cómica? ¿En qué consiste la comicidad de la situación?
F) En el cuento “Ulpidio Vega” hay una oración que aparece cuatro veces al comienzo de párrafo. Es un recurso de repetición en posición anafórica, habitual en la lírica. ¿Cuál es?
G) ¿Qué tipo de intertextualidad hay entre ambos cuentos: literal o alusiva? ¿Por qué?
L) La parodia es una obra que caricaturiza, se burla o interpreta humorísticamente a otra obra artística, autor o tema, mediante la imitación o alusión irónica para emitir una opinión en general transgresora sobre la persona o acontecimiento parodiado. La parodia comprende simultáneamente un texto parodiante y un texto parodiado. El texto parodiante jamás debe permitir que se olvide el texto parodiado, porque perdería su fuerza crítica. La parodia expone al texto parodiado y le rinde homenaje, a su manera.
¿Cuál de los textos vistos es parodia del otro?.................................................................
¿Qué se estaría parodiando?.............................................................................................
Producción
Redactar un texto argumentativo sobre alguna de las siguientes afirmaciones o temas planteados. Ejemplificar con los textos:
1) El cuento que más me gustó fue…
2) La madre de Juan y Ulpidio hizo bien/mal en pegarles.
3) ¿Qué deberían haber hecho Eduardo y Cristian ante el amor a la misma mujer que los separaba?
En grupo, ¿se animan a redactar una parodia de algún texto, mito o serie televisiva?