Minos fue el primer rey que dominó el
mar Mediterráneo, al que libró de piratas, y en Creta gobernó en noventa
ciudades. Cuando los atenienses asesinaron a su hijo Andrógeo decidió vengarse
de ellos y recorrió el Egeo reuniendo barcos y reclutas armados. Algunos
isleños accedieron a ayudarle, pero otros se negaron. Esta guerra se prolongó
hasta que Minos, viendo que no podía subyugar a Atenas, rogó a Zeus que vengase
la muerte de Andrógeo, y en consecuencia toda Grecia fue castigada con
terremotos y hambre. Los reyes de varias ciudades-estado se reunieron en Delfos
para consultar al oráculo y se les dijo que hicieran plegarias. Cuando se hubo
hecho eso, los temblores de tierra cesaron en todas partes menos en el Atica.
El rey Egeo, de Atenas, veía consternado cómo la peste y el hambre diezmaban
sin tregua a la población, mientras Minos seguía asediando la ciudad. Para
levantar el asedio, Minos impuso estas
condiciones:
“Cada año, durante nueve años consecutivos, siete jóvenes y siete
doncellas deben ir de Atenas a Creta para ser entregados como pasto al
Minotauro”.
El Minotauro era un monstruo cruel, con robusto cuerpo de hombre
rematado por cabeza de toro, en la que flameaban dos ojos feroces. Algunos
decían que era hijo del propio Minos y de su esposa Pasifae. El Minotauro se
alimentaba de carne humana. Minos encerró a este monstruo en un laberinto, que
mandó a construir por Dédalo, genial arquitecto. De este laberinto no se podía
salir una vez que se había entrado en él. Se hallaba atravesado por oscuras y
tortuosas cavernas, madejas de corredores sin fin, millares de galerías
terribles que conducían al centro del palacio laberíntico.
Y allí, sobre un trono rodeado de encendidas antorchas, estaba el feroz
Minotauro en espera de su ración de carne humana.
Al principio, Minos tenía la dolorosa obligación de enviar al monstruo,
para que se alimentara, a los condenados a muerte y a los niños pequeños
arrebatados a sus madres, porque al monstruo le gustaban mucho. Pero al imponer
el terrible tributo a los atenienses a cambio de la paz, cada año catorce
jóvenes de Atenas se dirigían en lúgubre cortejo hacia Creta, donde les
aguardaban las voraces fauces del Minotauro.
El heroico hijo del rey Egeo, Teseo, se encontraba en la corte cuando
llegaron los mensajeros de Minos que, de acuerdo con el pacto, venían, como
todos los años, a llevarse a las catorce víctimas.
--¿Y por qué este tributo ignominioso? –preguntó el joven príncipe, pues
nada sabía del pacto estipulado entre Atenas y Creta, ya que cuando se inició estaba
en Trezena al lado de su madre.
Su padre le explicó lo ocurrido. Teseo reprimió un escalofrío y con el
ardor de la juventud, exclamó:
--¡Déjame partir a esa isla! Acompañaré a las futuras víctimas.
Enfrentaré al Minotauro, padre. Lo venceré. ¡Y quedarás libre de esa horrible
deuda!
--No. ¡No te dejaré partir! Además el Minotauro tiene fama de
invencible. Se esconde en el centro de un extraño palacio: ¡el laberinto! Sus
pasillos son tan numerosos y están tan sabiamente entrelazados que aquellos que
se arriesgan no descubren nunca la
salida. Terminan dando con el monstruo… que los devora –exclamó el padre
temblando y abrazando a su hijo.
Teseo era tan obstinado como intrépido, insistió, se enojó y luego,
gracias a sus demostraciones de cariño y a su persuasión, logró que el viejo
rey Egeo, muerto de pena, terminara cediendo. Entonces el rey de los atenienses
le dio dos velas para su navío:
--La nave que te llevará a Creta lleva velas negras, en señal de duelo.
Si sales bien de tu empresa ─le
dijo a Teseo─,
pondrás a tu regreso velas blancas en la nave. Así sabré que estás vivo antes
de que atraques. Y ahora, ¡que los dioses te protejan, hijo mío!
Teseo se lo prometió, luego abrazó
a su padre y se unió a los
atenienses en la nave.
Una noche, durante el viaje, Poseidón, el dios de los mares, se apareció
en sueños a Teseo. Sonreía:
--¡Valiente Teseo! ─le
dijo─,
tu valor es el de un dios. Es normal: eres mi hijo con el mismo título con que
eres el de Egeo. (Su madre había sido tomada a la fuerza por Poseidón la noche
de su boda con Egeo.)
Teseo oyó por primera vez el relato de su fabuloso nacimiento.
--¡Al despertar sumérgete en el mar! Encontrarás allí un anillo de oro
que el rey Minos ha perdido antaño –le recomendó.
Teseo emergió del sueño. Ya era de día y a los lejos se divisaban las
costas de Creta. Ante sus compañeros estupefactos se arrojó al agua y en el
fondo vio una joya que brillaba entre los caracoles. Se apoderó de ella con el
corazón palpitante. De modo que todo lo que le había revelado Poseidón en
sueños era verdad: ¡él era un semidiós!
Cuando el navío tocó el puerto de Cnosos, Teseo divisó entre la multitud
al soberano y fue a presentarse:
--Te saludo, oh poderoso Minos. Soy Teseo, hijo de Egeo.
--Espero que no hayas recorrido todo este camino para implorar mi
clemencia –dijo el rey mientras contaba a los catorce atenienses.
--No. Sólo tengo un anhelo: no abandonar a mis compañeros –afirmó el
joven.
Un murmullo recorrió el entorno del rey. Desconfiado, este examinó al
recién llegado. Reconociendo el anillo de oro que Teseo llevaba en el dedo, se
preguntó, estupefacto, gracias a qué prodigio el hijo de Egeo había podido
encontrar esa joya. Desconfiado, refunfuñó:
--¿Te gustaría enfrentar al Minotauro? En tal caso, deberás hacerlo con
las manos vacías. Deja tus armas.
Entre quienes acompañaban al rey, se encontraba Ariadna, una de sus
hijas. Impresionada por la temeridad del príncipe, pensó con espanto que pronto
iba a pagarla con su vida. Teseo había observado durante largo tiempo a la
joven. Ciertamente, era sensible a su belleza. Pero se sintió intrigado por el
trabajo de punto que llevaba en la mano:
--Extraño lugar para tejer –pensó.
Sí, Ariadna tejía a menudo, cosa que le permitía reflexionar. Y sin
sacarle los ojos de encima a Teseo, una loca idea germinaba en ella…
Vengan a comer y a descansar
–decretó el rey Minos--. Mañana serán
conducidos al laberinto.
En la oscuridad. Teseo despertó de un sobresalto: ¡alguien había entrado
en la habitación donde estaba durmiendo! Escrutó en la oscuridad y lamentó que le hubieran quitado su espada.
Una silueta blanca se destacó en la sombra. Un ruido familiar de agujas le
indicó la identidad del visitante:
--No temas. Soy yo, Ariadna.
La muchacha tomó la mano del joven.
--¡Ah, Teseo --le imploró--, no te unas a tus compañeros! Si entras al
laberinto jamás saldrás de él…, y no quiero que mueras.
Por los temblores de Ariadna Teseo adivinó qué sentimientos la habían
empujado a llegar hasta él esa noche. Perturbado, murmuró:
--Sin embargo, Ariadna, es necesario. Debo vencer al Minotauro y liberar
a mi patria.
--Lo detesto. Es un monstruo. Y sin embargo, es mi hermano –se lamentó
Ariadna.
--¿Cómo?, ¿qué dices? –se extrañó Teseo.
--Ah, Teseo, déjame contarte una historia muy singular. --La muchacha se
acercó a Teseo para confiarle el secreto--. Mucho antes de mi nacimiento, mi
padre, el rey Minos, cometió la imprudencia de engañar a Poseidón: le sacrificó
un miserable toro flaco y enfermo en vez de inmolarle el magnífico animal que
el dios había hecho emerger de las aguas
para él. Poco después mi padre se casó con la bella Pasifae, mi madre. Mas
Poseidón rumiaba su venganza. En recuerdo de la antigua afrenta le hizo perder
la cabeza a Pasifae y la indujo a enamorarse… de aquel magnífico toro. ¡La
desdichada llegó incluso a encargar a Dédalo que le construyera una carcasa de
vaca con la que disfrazaba para unirse al animal que amaba! La continuación la
imaginas: mi madre dio a luz al Minotauro, mitad hombre y mitad toro. Mi padre
no se atrevió a matar al monstruo, pero quiso esconderlo para siempre de la
vista de todos. Convocó al más hábil de los arquitectos, a Dédalo, que concibió
el famoso laberinto.
Impresionado por el relato, Teseo no sabía qué decir.
--No creas que quiero salvar al Minotauro. ¡Ese devorador de hombres
merece la muerte! –agregó Ariadna.
--Entonces lo mataré –repuso Teseo.
--Si llegaras a hacerlo, nunca encontrarías la salida del laberinto
–razonó la joven.
Un largo silencio se produjo en la noche. De repente, Ariadna se acercó
aún más a Teseo y le dijo:
--Teseo, ¿si te facilitara el medio de encontrar la salida del
laberinto, me llevarías de regreso contigo?
El héroe no respondió. Por cierto, Ariadna era seductora, y la hija de
un rey, pero él había ido hasta esa isla no para encontrar allí una esposa sino
para liberar a su país de una terrible carga.
--Conozco los hábitos del Minotauro –insistió ella--. Sé cuáles son sus
debilidades y cómo podrías acabar con él. Pero esta victoria tiene un precio:
¡me sacas de aquí y me desposas!
--De acuerdo. Acepto –dijo Teseo.
Ariadna se sorprendió de que Teseo aceptara tan rápidamente. ¿Estaba enamorado
de ella? ¿O se sometía a una simple transacción? Le confió mil secretos que le
permitirían vencer al Minotauro al día siguiente. Y el ruido de su voz se
mezclaba con el choque de las agujas. Ariadna no había dejado de tejer.
Otros cuentan que fue Teseo quien, conmovido ante la confianza que le
demostraba Ariadna al contarle los secretos para vencer a su hermano, le
propuso a la joven:
--Princesa, trataré de ser digno de tu confianza y de tu amor y, si los
dioses me conceden la victoria, te pediré que seas mi esposa. ¿Querrás?
--Seré muy feliz de que me hagas tu esposa --respondió la muchacha—Y estoy segura de que
saldrás victorioso.
Frente a la entrada del laberinto, Minos ordenó a los atenienses:
“Entren, es la hora!”
Mientras los catorce jóvenes aterrorizados penetraban uno tras otro en
el laberinto, Ariadna murmuró a su protegido:
--Teseo, ¡toma este hilo y no lo sueltes! Así estaremos ligados el uno
con el otro.
El ovillo de hilo debía ser devanado según avanzaba y, recorriendo luego
el camino en sentido inverso, podría hallar fácilmente la salida.
El héroe entró y se unió a sus compañeros que vacilaban ante una
bifurcación. Desembocaron en un corredor sin salida, volvieron sobre sus pasos,
tomaron otro camino que los condujo a una nueva ramificación de varios
pasillos.
--Vayamos por el centro, y sobre todo, no nos
separemos –ordenó Teseo.
Pronto emergieron al aire libre; a los muros del laberinto habían
seguido infranqueables bosquecillos.
--¿Quién sabe…? –murmuró uno de los atenienses-- ¿Y si el destino nos
ofreciera la posibilidad de no llegar al Minotauro sino a la salida…?
Ay, Teseo sabía que no sería así. Dédalo había concebido el edificio de
manera que siempre se terminaba llegando al centro.
Fue exactamente lo que se produjo. Hacia la noche, cuando sus compañeros
se quejaban de fatiga y sueño, Teseo les ordenó:
--¡Detengámonos! ¡Escuchen!
Los muros les devolvían el eco de gruñidos impacientes, y en el aire
flotaba un fuerte olor a carroña.
--Llegamos –murmuró Teseo-- ¡El antro del monstruo está cerca! Espérenme
y, sobre todo, ¡no se muevan de aquí!
Partió solo. De repente, salió a una explanada circular. Allí había un
monstruo aún más espantoso que lo que se había imaginado: un gigante con cabeza
de toro, cuyos brazos y piernas poseían músculos nudosos como troncos de roble.
Al ver entrar a Teseo, mugió un espantoso grito de satisfacción voraz. Debajo
de su cabeza apuntaban unos cuernos afilados hacia la presa. Luego se lanzó
hacia su futura víctima golpeando el aire con sus pezuñas.
El suelo estaba cubierto de osamentas.
Teseo recogió la más grande y la blandió. En el momento en que el
monstruo iba a ensartarlo, se apartó
para asestarle en la cabeza un golpe terrible. El Minotauro aulló de
dolor. Sin dejarle tiempo para recuperarse, Teseo se aferró a los dos cuernos
para saltar encima de los hombros peludos. Así montado, apretó las piernas
alrededor del cuello de su enemigo, privándolo de la respiración. El monstruo,
furioso, se debatió. ¡Ya no podía clavarle los cuernos a ese adversario que
hacía uno con él y lo dejaba sin aire! Pataleó, cayó y rodó por el suelo. A
pesar de la arena que se filtraba en sus ojos y en sus oídos, Teseo no soltaba
a su presa, tal como Ariadna se lo había recomendado.
Poco a poco, las fuerzas del Minotauro declinaron. Lanzó un espantoso
mugido de rabia y exhaló el último suspiro. Entonces Teseo se apartó de la
enorme bestia inerte. Su primer reflejo fue recuperar el hilo de Ariadna.
El silencio insólito y prolongado atrajo a sus compañeros.
--Increíble… ¡Has vencido al Minotauro! ¡Estamos a salvo!
Febriles, se pusieron en marcha. Gracias al hilo, volvían a desandar el
largo y tortuoso trayecto que los había conducido al horror. A Teseo le costaba
dominar su impaciencia. Se preguntaba qué dios benévolo le había dado esa
genial idea a Ariadna. Pronto el hilo se tendió: del otro lado alguien tiraba
con tanta prisa como él.
Finalmente, luego de muchas horas, emergieron al aire libre. El héroe,
extenuado, tiró los cuernos del Minotauro que le había arrancado como trofeo, cerca
de la entrada del laberinto. Loca de amor y alegría, Ariadna se precipitó hacia
él. Se abrazaron, felices.
El alba se acercaba. Acompañados por Ariadna, Teseo y sus compañeros se
escurrieron por las calles de Cnosos y llegaron al puerto.
--¡Perforen el casco de todos los navíos cretenses! –ordenó Teseo.
--¿Por qué? –se interpuso Ariadna, asombrada.
--¿Crees que tu padre no va a reaccionar? ¿Que va a dejar escapar a su
hija con el que mató al hijo de su esposa? ¿Qué va a renunciar al tributo de
Atenas? Debemos huir y poner distancia entre ellos y nosotros.
Subieron a la nave ateniense y escaparon en dirección a la isla de
Naxos, donde desembarcaron para descansar.
Pero cuando Ariadna despertó, después de muchas horas de pesado sueño,
vio que en la isla no había nadie. El ingrato Teseo, que la había abandonado,
navegaba entretanto hacia su ciudad.
Sin embargo, otras versiones cuentan que Teseo tuvo, esa noche, otro
sueño extraño: esta vez fue otro dios,
Dioniso, el que se le apareció.
--Es necesario –ordenó—que
abandones a Ariadna en la isla. No se convertirá en tu esposa. Tengo para ella
otros proyectos.
--Sin embargo… le he prometido –balbuceó Teseo.
--Lo sé. Pero debes obedecer, o temer la cólera de los dioses.
Los dioses no actuaban sin motivo. Y Dioniso tenía buenas razones para
que Teseo abandonara a Ariadna: seducido por su belleza, quería convertirla en
su esposa. Claro que Teseo ignoraba esas intenciones del dios enamorado y
celoso. Preocupado por las acusaciones de ingratitud que seguramente recibiría,
olvidó la recomendación de cambiar las velas que le había hecho su padre.
Apostado en lo alto del faro que
se erigía en la entrada de El Pireo, el puerto ateniense, el guardia gritó:
--¡Una nave a la vista! Es la galera que vuelve de Creta. ¡Rápido, vamos
a avisar al rey!
--¿Las velas? –preguntó el rey alzando la cabeza hacia el guardia que le
traía la nueva- ¿Puedes ver las velas y decirme cuál es su color?
--Ay, gran rey, son negras –replicó con tristeza el guardia.
El viejo Egeo no quiso saber más. Loco de dolor, se arrojó al mar y se
ahogó. Ese mar hasta hoy lleva su nombre: Mar Egeo, en homenaje a su amor por
su hijo.
Cuando la galera atracó, acababan de conducir el cuerpo de Egeo a la
orilla. Teseo se precipitó hacia él. Adivinó enseguida lo que había ocurrido y
se maldijo por su negligencia. Intentó vanamente revivir a su padre, pero
comprendió que era demasiado tarde. La tristeza que invadió al joven le hizo
olvidar su reciente victoria sobre el monstruo. Con amargura, pensó que acababa
de perder a una esposa y a un padre.
-¡A partir de ahora eres rey! –dijeron los atenienses, inclinándose.
El nuevo soberano decretó solemnemente: “¡Que este mar desde ahora lleve
el nombre de mi padre adorado!
Mientras tanto, Ariadna, sola y en un día naciente, vio a lo lejos las
velas negras de la galera que se alejaban. Incrédula, balbuceó:
-¡Teseo! ¿Es posible que me abandones?
Siguió la embarcación con los ojos hasta que se la tragó el horizonte y
comprendió que nunca más volvería a ver a Teseo. Sola en la playa de Naxos, dio
libre curso a su pena: gimió largamente sobre la ingratitud de los hombres y retomó
su tejido. Lloraba y tejía.
Cochetti, Stella Maris, Mitos clasificados I, Puerto de Palos,
Buenos Aires, 2001.
Respondan: ¿Por qué les parece que el relato anterior es un mito?
Y
ahora lean “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges (El aleph, Emecé, Buenos
Aires, 1957) que aparece a continuación y contesten las preguntas que se
formulan luego.
La casa de Asterión (Jorge
Luis Borges)
Y la reina dio a luz un hijo
que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I |
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de
misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su
debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también
es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)1 están abiertas día y noche a
los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará
pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud
y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la
Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis
detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula
es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta
cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he
pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me
infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano
abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las
toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba,
huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas,
otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una
reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo
quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un
hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es
comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no
tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he
retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no
ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y
los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al
carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al
suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un
corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta
ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos
cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha
cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el
que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le
muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la
encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te
gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó
de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos
reímos buenamente los dos.
No solo he imaginado esos juegos; también he
meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces,
cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un
pesebre; son catorce1 (son infinitos) los pesebres, abrevaderos,
patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin
embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de
piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar.
Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son
catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces,
catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez:
arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y
el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres
para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las
galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos
minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde
cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras.
Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su
muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la
soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo.
Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos.
Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi
redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con
cara de hombre? ¿O será como yo?
El Sol de la mañana reverberó en la espada de
bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo
Teseo-. El minotauro apenas se defendió.
FIN
1. El original
dice catorce, pero sobran motivos para inferir que en boca de Asterión,
ese adjetivo numeral vale por infinitos.
Vocabulario
deplorar. (Del lat. deplorāre).
1. tr. Sentir
viva y profundamente un suceso.
El filósofo: se refiere a Platón, quien en su
obra Fedro niega que la escritura
tenga efectos positivos.
estilóbato. (Del lat. stylobăta, y este del gr. στυλοβάτης). m. Arq. Macizo corrido sobre el cual se
apoya una columnata.
grey. (Del lat. grex, gregis, rebaño). Rebaño de ganado menor. En sentido figurado,
congregación de los fieles cristianos bajo sus legítimos pastores.
redimir. (Del lat. redimĕre). (…)
5. Poner
término a algún vejamen, dolor, penuria u otra adversidad o molestia.U. t. c. prnl.
Producción de textos
Narrar hechos del mito posteriores a
los que aparecen en el cuento. Elegir para ello un narrador en primera persona:
Teseo, Ariadna, el Minotauro u otro personaje.
1.- ¿En qué persona gramatical está narrado? ¿Quién es el narrador? ¿Es protagonista o testigo de la historia?
2.- ¿Cómo se lo caracteriza? ¿Coincide con la
imagen que tenían de él a través del mito?
¿Por qué Borges lo habrá elegido como narrador?
3.- ¿Cómo se describe el encuentro periódico
con los atenienses? ¿Se asemeja al relato mítico?
4.- ¿Por qué el personaje hablará de la futura
llegada de un “redentor”?
5.- ¿Está narrado el encuentro con Teseo o en
el cuento se hace una elipsis o supresión del hecho?
6.- Explicar la última frase.
7.- ¿Por qué puede decirse que existe el
cuento de Borges y el mito? ¿Es un intertextualidad literal o alusiva?
Producción
de textos
Redactar un cuento eligiendo una de las
siguientes consignas:
a)
Narrar hechos del mito posteriores
a los que aparecen en el cuento. Elegir para ello un narrador en primera
persona: Teseo, Ariadna, Minos u otro personaje.
b)
Tomar un mito griego que les guste
y redactar el cuento solicitado usando un narrador en primera persona
protagonista.
*******************
Ahora, lean los dos cuentos que siguen, “La
intrusa”, de Jorge Luis Borges y “Ulpidio Vega”, de Roberto Fontanarrosa, y
respondan luego las consignas:
La intrusa (Jorge L.
Borges)
|
|
|
Ulpidio
Vega (Roberto Fontanarrosa)
|
ULPIDIO VEGA, te nombro. Y de la apagada sombra de tu nombre
rescato tu paso tardo por el empedrado desprolijo de Saladillo y la cierta
fama de guapo sin doblez que te persiguió sumisa, como la silenciosa y tenaz
fidelidad de un perro.
Quien te vio alguna vez por el Bajo, no te olvida. De callada
mesura, sombrío el porte, mezquinabas palabras como si fueran monedas caras.
Negros los ojos, en la negrura misma que sobre la frente escasa te tiraba
encima el ala apenas curva de tu sombrero gris, tan conocido.
Ulpidio Vega, te nombro. Y de tu nombre exhala un aliento a
kerosén barato, a bizcochito, a queso de rallar y vino tinto.
Aroma de almacén, de cambalache, que tuvo tu pobre viejo
laburante por calle San Martín, casi en Tablada. Aroma a jabón pinche, a mate
amargo, el mismo aquél que te alcanzaba la mano cordial de doña Cata, tu
pobre vieja, que se cansó de mirar por la ventana.
Ulpidio Vega, te nombro. Y se santiguan las cuatro esquinas
bravas de Ayolas y Convención, las que salieron tantas veces escrachadas en
letra de molde, cuando algún fiambre aparecía tirado en esa encrucijada.
Rezan de apuro las jovatas de memoria larga al recordar tu
estampa de figura fina, el caminar pesado, un gesto de disgusto en la cara
aindiada y el cuerpo erguido por la faca que atrás, en la cintura, te
entablillaba.
Por trabajar en el Swift te habían llamado "El Matarife de
Saladillo".
¡Qué te iba a impresionar a vos la sangre, Ulpidio Vega! Si día
a día degollabas animales y la cuchilla te era tan natural como un anillo,
como un zarzo sencillo en el meñique.
Pero eran dos los Vegas, Juan y Ulpidio. "El Vega
chico" le decían al otro, que también trabajó en el frigorífico.
Y por si fuera escaso el desmesurado coraje de Ulpidio en la
pelea, el "Vega Chico" era también de púa veloz, y sin entrañas.
De negro los dos, siempre, aun de mañana.
Pero, como suele suceder en estas cosas, Ulpidio se metió con
una mina que se levantó una noche de Carnaval en el Club Atlético Olegario
Víctor Andrade. La mina era una reventada que hacía copas en el Panamerican
Dancing, frente a Sunchales, y que ya le había borrado el estampadito
floreado a las sábanas del Amenábar, de tanto frote. Pero una hembra que
pasaba y dejaba el aire como embalsamado de perfume dulzón, y enardecido.
Rosa se llamaba, y era justicia.
Ulpidio Vega, te nombro. Y no me equivoco. Como se equivocó esa
noche fatal la mina aquella cuando por llamarte "Ulpidio",
"Juan" te dijo.
¡Qué oscura mano de destino cabrón los puso frente a frente,
Ulpidio Vega!
¡Vos y tu hermano, inseparables siempre, enfrentados por el
cariño falaz de una perdida!
Tiempo estuvieron mordiéndose las ganas de agarrarse. De mirarse
profundo, y sin palabras. De medirse con odio. Y de no hablarse. Todo el
barrio sabía del bolonqui que rechinaba en los dientes de los Vega. Pero
cuando más de una vez saltó la bronca, y la faca apareció brillando en ambas
diestras, algo los amuraba al suelo y les clavaba la bronca a la vereda.
Algo, que allá en la casa desde chicos les acariciara la frente, les
planchara los lompa y les dejara los botines bien brillosos cuando se iban de
milonga a Central Córdoba. Algo. La vieja.
"Si no te mato", se lo dijo bien clarito Ulpidio a
Juan, "sólo es por ella". "Si no te enfrío", le
contestaba Juan, que no era lerdo, "es por la vieja".
Y así andaban los dos, encajetados, sin poder ni dormir, más que
hechos bolsa. Y encima la reventada de la Rosa les metía la cizaña de su
labio, de sus promesas vanas, de sus mañas.
Y no se pudo más. Aquella noche Ulpidio y Juan llegaron
puntualmente hasta el campito. Era un potrero de pura tierra y matorrales que
los mocosos usaban para jugar al fulbo. Pero esa noche había luna. Y no era
un juego.
Ulpidio peló una faca que tenía este largo. ¡Uy Dio, cómo
brillaba la plata de la luna sobre el filo helado del acero!
Y Juan, Juan peló también tremenda púa que de verla nomás, te
entraba miedo.
"¡Venite!"
"¡Vení vos!", se supo después que se dijeron. Y fue
cuando llegó doña Cata hasta el campito, de pálido rostro, ojos sufridos, de
manos apretadas y pañuelo negro. Nunca se supo quién le pasó el dato. Tal vez
fue esa mágica intuición de madre la que la llevó hasta allí en ese momento.
No se oyó de su boca una palabra. Y tampoco en sus ojos lágrimas
se vieron. Pero eso sí, sus manos agrietadas de lavar ropa ajena en el
invierno, dibujaron en el aire asustado de la noche, un gesto: se agachó, se
sacó una zapatilla y lo demás, frate mío, ni te cuento.
A Juancito lo fajó hasta en el cogote, le deformó la sabiola a
chancletazos, y le sacudió tantos palos por el lomo que lo dejó mormoso al
pobrecito. Contaban los vecinos que lo oyeron, que tirado en el suelo, Juan
rogaba y a la vieja pedía perdón a gritos.
A Ulpidio, de las crenchas lo cazó la vieja aquella, y le
arruinó la jeta a chancletazos porque le pegó media hora, de corrido.
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A)
Busquen una breve biografía de
cada uno de los autores.
B)
¿Qué coincidencias pueden
establecerse entre los dos textos en cuanto a:
Personajes:………………………………………………………………………
Conflicto narrativo:……………………………………………………………..
C)
¿Cuál es la resolución del
conflicto en cada uno de los cuentos?:
Borges:…………………………………………………………………………….
Fontanarrosa:……………………………………………………………………...
D)
¿En cuál los personajes buscaron
distintas soluciones al problema planteado? ¿Cuáles fueron? ¿Por qué no
funcionaron?
E)
¿Cuál tiene resolución trágica y
cuál cómica? ¿En qué consiste la comicidad de la situación?
F)
En el cuento “Ulpidio Vega” hay
una oración que aparece cuatro veces al comienzo de párrafo. Es un recurso de repetición
en posición anafórica, habitual en la lírica. ¿Cuál es?
G)
¿Qué tipo de intertextualidad hay
entre ambos cuentos: literal o alusiva? ¿Por qué?
La parodia es una
obra que caricaturiza, se burla o interpreta humorísticamente a otra obra
artística, autor o tema, mediante la imitación o alusión irónica para emitir
una opinión en general transgresora sobre la persona o acontecimiento
parodiado. La parodia comprende simultáneamente un texto parodiante y un texto parodiado.
El texto parodiante jamás debe permitir que se olvide el texto parodiado,
porque perdería su fuerza crítica. La parodia expone al texto parodiado y le
rinde homenaje, a su manera.
¿Cuál de los textos
vistos es parodia del otro?.................................................................
¿Qué se estaría
parodiando?.............................................................................................
Producción
Redactar un texto argumentativo sobre
alguna de las siguientes afirmaciones o temas planteados. Ejemplificar con los
textos:
1)
El cuento que más me gustó fue…
2)
La madre de Juan y Ulpidio hizo
bien/mal en pegarles.
3)
¿Qué deberían haber hecho Eduardo
y Cristian ante el amor a la misma mujer que los separaba?
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