INTERTEXTUALIDAD (resumen)
1.
Enfoques
de la intertextualidad
Kristeva es la primera en llamar la
atención sobre la importancia de la existencia de textos previos que
condicionan el acto de significar, independientemente del contenido semántico del
texto. Esta investigadora señala que la comprensión de los textos aparentemente
simples necesita algo más que el mero conocimiento del contenido semántico. El
lector ha de tener experiencia de todo un corpus de discursos o textos que
conforman ciertos sistemas de creencias en el seno amplio de la cultura. Lo
dicho por esta investigadora refleja uno de los problemas que encuentra el
lector, a veces, a causa de su desconocimiento de los textos previos de una
cultura determinada. El sentido semántico no es siempre suficiente para
entender el significado, ya que el conocimiento almacenado desempeña un papel
relevante para la comprensión del mensaje. De ahí que un texto mira hacia lo
que le precede, dando a su forma, ideológicamente neutra, todo un volumen de significación
que lo mantiene y se nutre de la experiencia, o la información previa. Esta es,
la principal función de la intertextualidad. Por su parte, Hatim y Mason (1995:
158) afirman:
“La intertextualidad ofrece una sólida
base de pruebas para la aplicación de nociones semióticas básicas en
actividades tales como la traducción o la interpretación.”.
Los escritores, en general, no ofrecen
todas las informaciones al lector para entender un determinado mensaje, ya que
para realizar tal tarea tendrían que escribir muchas páginas con el fin de
transmitir una sola idea. Por eso, recurren a alusiones en sus textos, y el
lector, a través de su conocimiento almacenado, llega a entender, o mejor dicho
descifrar el mensaje. El hecho de que unos textos sean reconocidos con arreglo
a su dependencia de otros textos relevantes es lo que se llama la
intertextualidad.
El concepto intertextualidad está
formado por el prefijo ‛inter’ que significa reciprocidad, interconexión,
entrelazamiento, etc., y ‛textualidad’.
La intertextualidad considera el texto
como un tejido o una red, un terreno donde se cruzan y se ordenan textos que
proceden de muy distintos discursos.
Además, este término sufrió una larga
disputa con el término ‛influencia’ que durante largo tiempo fue su sinónimo;
de ahí que trabajos de autores franceses donde aparecen títulos que tratan de
estudios intertextuales, aparecen en denominaciones de influencia. El término
intertextualidad renueva y enriquece el término de influencia. En este mismo
aspecto aportaremos las palabras de González (1994) sobre el origen de la
intertextualidad,
“La hoy llamada “intertextualidad” se
conocía antes por diversos nombres, que venían a significar distintos aspectos
de este hecho: rasgo de estilo, de escuela o de generación; fuentes,
influencias, préstamos literarios o- en su forma degradante- plagios.”
Los investigadores que apoyan esta postura
no están a favor de la intertextualidad, siendo para ellos una forma de plagiar
y de copiar de otros textos, asunto desdeñable desde su punto de vista, y el
nacimiento de la intertextualidad surge como escapatoria para justificar el
plagio. Hoy en día este tipo de estudio se ha convertido en análisis
intertextual.
La intertextualidad, como fenómeno
relativamente moderno, no afecta de igual forma a todos los textos. La
presencia de este fenómeno se observa con abundancia en la parodia y en las
reseñas críticas.
Bengoechea (1997: 1) define la
intertextualidad como la relación de un texto con otros que le preceden. Lo que
viene a significar que la interpretación del texto depende del conocimiento que
se tenga de otros textos. La intertextualidad activa en el lector su conocimiento
general, que tiene almacenado en su memoria. De ahí que la mayoría de los
textos los interpretamos a través de la intertextualidad.
Por su parte, De Beaugrande y Dressler
consideran la intertextualidad como una de las siete normas de la textualidad
señalando que la recepción y la producción de un texto dependen del
conocimiento almacenado en la memoria. Un acervo de textos anteriores
acumulados que ayudan en la evolución de los tipos de nuevos textos.
Partiendo de todo esto, podemos afirmar
que a los receptores de los textos tienen que poseer una información previa
para poder entender los textos nuevos.
Para terminar este apartado, cabe recordar
que la intertextualidad es una red de citas donde cada texto funciona no por
referencia a un contenido fijo y único, sino por activación de distintos y
diferentes códigos en el lector. Siempre existe una co-presencia entre dos o
más textos.
Como síntesis, para Julia Kristeva, una
construcción intertextual es el resultado de varios textos culturales. La
intertextualidad, término elaborado por Kristeva, se basa sobre todo en el
“imperativo dialógico”, que es concepto propio de Bajtín.
Kristeva (1969) señala
la correlación entre los textos y mediante estas palabras lo sella “Tout texte
se construit comme une mosaïque de citations, tout texte est absorption et
transformation d´un autre texte. À la place de la notion d´intersubjectivité
s´installe celle d´intertextualité”.
Kristeva (1969: 145) descarta la
originalidad o la individualidad:
Borges, al igual que Kristeva, rechaza el
concepto de originalidad creativa o de propiedad individual o la idea del
formalismo mencionada antes de que un texto pueda ser un ente cerrado y
autónomo. A propósito de la inexistencia de la originalidad de los textos,
Borges señala que según la “cosmogonía judío-cristiana” solamente existen dos
libros originales, y que son de Dios: el Libro de la Naturaleza y el Libro
de las Escrituras. El ejemplo dado por Borges implica que no existe ningún
libro que sea original e independiente de otros antecedentes.
Julia Kristeva (Sliven, Bulgaria, 24 de junio de 1941) es una filósofa, teórica de la literatura y el feminismo, psicoanalista y escritora francesa de origen búlgaro. Se educó en un colegio francés y luego estudió lingüística en la Universidad de Sofía. En 1965, a la edad de 24 años, se trasladó a París, estudió en la Universidad de París y en la École Pratique des Hautes Études, al tiempo que publicaba artículos en revistas como Tel Quel, Critique yLangages. Desde 1970 hasta 1983, formó parte del equipo de redacción de Tel Quel.
En la actualidad, enseña Semiología en la State University de Nueva York y la Universidad París VII "Denis Diderot". Posee 8 doctorados honorarios y en el 2004 ganó el prestigioso premio noruego Holzberg por su innovador trabajo en la intersección entre lingüística, cultura y literatura.
*******************
En esta unidad, analizaremos varios casos de
intertextualidad. Para comenzar, lean el mito
del Minotauro que se expone a continuación:
Minos fue el
primer rey que dominó el mar Mediterráneo, al que libró de piratas, y en Creta
gobernó en noventa ciudades. Cuando los atenienses asesinaron a su hijo Androgeo
decidió vengarse de ellos y recorrió el Egeo reuniendo barcos y reclutas
armados. Algunos isleños accedieron a ayudarle, pero otros se negaron. Esta
guerra se prolongó hasta que Minos, viendo que no podía subyugar a Atenas, rogó
a Zeus que vengase la muerte de Androgeo, y en consecuencia toda Grecia fue
castigada con terremotos y hambre. Los reyes de varias ciudades-estado se
reunieron en Delfos para consultar al oráculo y se les dijo que hicieran plegarias.
Cuando se hubo hecho eso, los temblores de tierra cesaron en todas partes menos
en el Atica. El rey Egeo, de Atenas, veía consternado cómo la peste y el hambre
diezmaban sin tregua a la población, mientras Minos seguía asediando la ciudad.
Para levantar el asedio, Minos impuso
estas condiciones:
“Cada año, durante nueve años consecutivos,
siete jóvenes y siete doncellas deben ir de Atenas a Creta para ser entregados
como pasto al Minotauro”.
El Minotauro era un monstruo cruel, con
robusto cuerpo de hombre rematado por cabeza de toro, en la que flameaban dos
ojos feroces. Algunos decían que era hijo del propio Minos y de su esposa
Pasifae. El Minotauro se alimentaba de carne humana. Minos encerró a este
monstruo en un laberinto, que mandó a construir por Dédalo, genial arquitecto.
De este laberinto no se podía salir una vez que se había entrado en él. Se
hallaba atravesado por oscuras y tortuosas cavernas, madejas de corredores sin
fin, millares de galerías terribles que conducían al centro del palacio
laberíntico.
Y allí, sobre un trono rodeado de encendidas
antorchas, estaba el feroz Minotauro en espera de su ración de carne humana.
Al principio, Minos tenía la dolorosa
obligación de enviar al monstruo, para que se alimentara, a los condenados a
muerte y a los niños pequeños arrebatados a sus madres, porque al monstruo le
gustaban mucho. Pero al imponer el terrible tributo a los atenienses a cambio
de la paz, cada año catorce jóvenes de Atenas se dirigían en lúgubre cortejo
hacia Creta, donde les aguardaban las voraces fauces del Minotauro.
El heroico hijo del rey Egeo, Teseo, se
encontraba en la corte cuando llegaron los mensajeros de Minos que, de acuerdo
con el pacto, venían, como todos los años, a llevarse a las catorce víctimas.
--¿Y por qué este tributo ignominioso?
–preguntó el joven príncipe, pues nada sabía del pacto estipulado entre Atenas
y Creta, ya que cuando se inició estaba en Trezena al lado de su madre.
Su padre le explicó lo ocurrido. Teseo
reprimió un escalofrío y con el ardor de la juventud, exclamó:
--¡Déjame partir a esa isla! Acompañaré a
las futuras víctimas. Enfrentaré al Minotauro, padre. Lo venceré. ¡Y quedarás
libre de esa horrible deuda!
--No. ¡No te dejaré partir! Además el
Minotauro tiene fama de invencible. Se esconde en el centro de un extraño
palacio: ¡el laberinto! Sus pasillos son tan numerosos y están tan sabiamente entrelazados que
aquellos que se arriesgan no descubren
nunca la salida. Terminan dando con el monstruo… que los devora –exclamó el
padre temblando y abrazando a su hijo.
Teseo era tan obstinado como intrépido,
insistió, se enojó y luego, gracias a sus demostraciones de cariño y a su
persuasión, logró que el viejo rey Egeo, muerto de pena, terminara cediendo.
Entonces el rey de los atenienses le dio dos velas para su navío:
--La nave que te llevará a Creta lleva velas
negras, en señal de duelo. Si sales bien de tu empresa –le dijo a Teseo--,
pondrás a tu regreso velas blancas en la nave. Así sabré que estás vivo antes
de que atraques. Y ahora, ¡que los dioses te protejan, hijo mío!
Teseo se lo prometió, luego abrazó a su padre y se unió a los atenienses en la nave.
Una noche, durante el viaje, Poseidón, el
dios de los mares, se apareció en sueños a Teseo. Sonreía:
--¡Valiente Teseo! –le dijo--, tu valor es
el de un dios. Es normal: eres mi hijo con el mismo título con que eres el de
Egeo. (Su madre había sido tomada a la fuerza por Poseidón la noche de su boda
con Egeo.)
Teseo oyó por primera vez el relato de su
fabuloso nacimiento.
--¡Al despertar sumérgete en el mar!.
Encontrarás allí un anillo de oro que el rey Minos ha perdido antaño –le
recomendó.
Teseo emergió del sueño. Ya era de día y a
los lejos se divisaban las costas de Creta. Ante sus compañeros estupefactos se
arrojó al agua y en el fondo vio una joya que brillaba entre los caracoles. Se
apoderó de ella con el corazón palpitante. De modo que todo lo que le había
revelado Poseidón en sueños era verdad: ¡él era un semidiós!
Cuando el navío tocó el puerto de Cnosos,
Teseo divisó entre la multitud al soberano y fue a presentarse:
--Te saludo, oh poderoso Minos. Soy Teseo,
hijo de Egeo.
--Espero que no hayas recorrido todo este
camino para implorar mi clemencia –dijo el rey mientras contaba a los catorce
atenienses.
--No. Sólo tengo un anhelo: no abandonar a
mis compañeros –afirmó el joven.
Un murmullo recorrió el entorno del rey.
Desconfiado, este examinó al recién llegado. Reconociendo el anillo de oro que
Teseo llevaba en el dedo, se preguntó, estupefacto, gracias a qué prodigio el
hijo de Egeo había podido encontrar esa
joya. Desconfiado, refunfuñó:
--¿Te gustaría enfrentar al Minotauro? En
tal caso, deberás hacerlo con las manos vacías. Deja tus armas.
Entre quienes acompañaban al rey, se
encontraba Ariadna, una de sus hijas. Impresionada por la temeridad del
príncipe, pensó con espanto que pronto iba a pagarla con su vida. Teseo había
observado durante largo tiempo a la joven. Ciertamente, era sensible a su
belleza. Pero se sintió intrigado por el trabajo de punto que llevaba en la
mano:
--Extraño lugar para tejer –pensó.
Sí, Ariadna tejía a menudo, cosa que le
permitía reflexionar. Y sin sacarle los ojos de encima a Teseo, una loca idea
germinaba en ella…
Vengan a comer y a descansar –decretó el rey Minos--.
Mañana serán conducidos al laberinto.
En la oscuridad. Teseo despertó de un
sobresalto: ¡alguien había entrado en la habitación donde estaba durmiendo!
Escrutó en la oscuridad y lamentó que le
hubieran quitado su espada. Una silueta blanca se destacó en la sombra. Un
ruido familiar de agujas le indicó la identidad del visitante:
--No temas. Soy yo, Ariadna.
La muchacha tomó la mano del joven.
--¡Ah, Teseo --le imploró--, no te unas a
tus compañeros! Si entras al laberinto jamás saldrás de él…, y no quiero que
mueras.
Por los temblores de Ariadna Teseo adivinó
qué sentimientos la habían empujado a llegar hasta él esa noche. Perturbado,
murmuró:
--Sin embargo, Ariadna, es necesario. Debo
vencer al Minotauro y liberar a mi patria.
--Lo detesto. Es un monstruo. Y sin embargo,
es mi hermano –se lamentó Ariadna.
--¿Cómo?, ¿qué dices? –se extrañó Teseo.
--Ah, Teseo, déjame contarte una historia
muy singular. --La muchacha se acercó a Teseo para confiarle el secreto--.
Mucho antes de mi nacimiento, mi padre, el rey Minos, cometió la imprudencia de
engañar a Poseidón: le sacrificó un miserable toro flaco y enfermo en vez de
inmolarle el magnífico animal que el dios
había hecho emerger de las aguas para él. Poco después mi padre se casó
con la bella Pasifae, mi madre. Mas Poseidón rumiaba su venganza. En recuerdo
de la antigua afrenta le hizo perder la cabeza a Pasifae y la indujo a
enamorarse… de aquel magnífico toro. ¡La desdichada llegó incluso a encargar a
Dédalo que le construyera una carcasa de vaca con la que disfrazaba para unirse
al animal que amaba! La continuación la imaginas: mi madre dio a luz al
Minotauro, mitad hombre y mitad toro. Mi padre no se atrevió a matar al
monstruo, pero quiso esconderlo para siempre de la vista de todos. Convocó al
más hábil de los arquitectos, a Dédalo, que concibió el famoso laberinto.
Impresionado por el relato, Teseo no sabía
qué decir.
--No creas que quiero salvar al Minotauro.
¡Ese devorador de hombres merece la muerte! –agregó Ariadna.
--Entonces lo mataré –repuso Teseo.
--Si llegaras a hacerlo, nunca encontrarías
la salida del laberinto –razonó la joven.
Un largo silencio se produjo en la noche.
De repente, Ariadna se acercó aún más a Teseo y le dijo:
--Teseo, ¿si te facilitara el medio de
encontrar la salida del laberinto, me llevarías de regreso contigo?
El héroe no respondió. Por cierto, Ariadna
era seductora, y la hija de un rey, pero él había ido hasta esa isla no para
encontrar allí una esposa sino para liberar a su país de una terrible carga.
--Conozco los hábitos del Minotauro
–insistió ella--. Sé cuáles son sus debilidades y cómo podrías acabar con él.
Pero esta victoria tiene un precio: ¡me sacas de aquí y me desposas!
--De acuerdo. Acepto –dijo Teseo.
Ariadna se sorprendió de que Teseo aceptara
tan rápidamente. ¿Estaba enamorado de ella? ¿O se sometía a una simple
transacción? Le confió mil secretos que le permitirían vencer al Minotauro al
día siguiente. Y el ruido de su voz se mezclaba con el choque de las agujas.
Ariadna no había dejado de tejer.
Otros cuentan que fue Teseo quien,
conmovido ante la confianza que le demostraba Ariadna al contarle los secretos
para vencer a su hermano, le propuso a la joven:
--Princesa, trataré de ser digno de tu
confianza y de tu amor y, si los dioses me conceden la victoria, te pediré que
seas mi esposa. ¿Querrás?
--Seré muy feliz de que me hagas tu
esposa --respondió la muchacha—Y estoiy
segura de que saldrás victorioso.
Frente a la entrada del laberinto, Minos
ordenó a los atenienses: “Entren, es la hora!”
Mientras los catorce jóvenes aterrorizados
penetraban uno tras otro en el laberinto, Ariadna murmuró a su protegido:
--Teseo, ¡toma este hilo y no lo sueltes!
Así estaremos ligados el uno con el otro.
El ovillo de hilo debía ser devanado según
avanzaba y, recorriendo luego el camino en sentido inverso, podría hallar
fácilmente la salida.
El héroe entró y se unió a sus compañeros
que vacilaban ante una bifurcación. Desembocaron en un corredor sin salida,
volvieron sobre sus pasos, tomaron otro camino que los condujo a una nueva
ramificación de varios pasillos.
--Vayamos por el centro, y sobre todo, no
nos separemos –ordenó Teseo.
Pronto emergieron al aire libre; a los
muros del laberinto habían seguido infranqueables bosquecillos.
--¿Quién sabe…? –murmuró uno de los
atenienses-- ¿Y si el destino nos ofreciera la posibilidad de no llegar al
Minotauro sino a la salida…?
Ay, Teseo sabía que no sería así. Dédalo
había concebido el edificio de manera que siempre se terminaba llegando al
centro.
Fue exactamente lo que se produjo. Hacia
la noche, cuando sus compañeros se quejaban de fatiga y sueño, Teseo les
ordenó:
--¡Detengámonos! ¡Escuchen!
Los muros les devolvían el eco de gruñidos
impacientes, y en el aire flotaba un fuerte olor a carroña.
--Llegamos –murmuró Teseo-- ¡El antro del
monstruo está cerca! Espérenme y, sobre todo, ¡no se muevan de aquí!
Partió solo. De repente, salió a una
explanada circular. Allí había un monstruo aún más espantoso que lo que se
había imaginado: un gigante con cabeza de toro, cuyos brazos y piernas poseían
músculos nudosos como troncos de roble. Al ver entrar a Teseo, mugió un
espantoso grito de satisfacción voraz. Debajo de su cabeza apuntaban unos
cuernos afilados hacia la presa. Luego se lanzó hacia su futura víctima
golpeando el aire con sus pezuñas.
El suelo estaba cubierto de osamentas. Teseo recogió la más grande y la blandió. En
el momento en que el monstruo iba a ensartarlo, se apartó para asestarle en la cabeza un golpe terrible.
El Minotauro aulló de dolor. Sin dejarle tiempo para recuperarse, Teseo se
aferró a los dos cuernos para saltar encima de los hombros peludos. Así
montado, apretó las piernas alrededor del cuello de su enemigo, privándolo de
la respiración. El monstruo, furioso, se debatió. ¡Ya no podía clavarle los
cuernos a ese adversario que hacía uno con él y lo dejaba sin aire! Pataleó,
cayó y rodó por el suelo. A pesar de la arena que se filtraba en sus ojos y en
sus oídos, Teseo no soltaba a su presa, tal como Ariadna se lo había
recomendado.
Poco a poco, las fuerzas del Minotauro declinaron.
Lanzó un espantoso mugido de rabia y exhaló el último suspiro. Entonces Teseo
se apartó de la enorme bestia inerte. Su primer reflejo fue recuperar el hilo
de Ariadna.
El silencio insólito y prolongado atrajo a
sus compañeros.
--Increíble… ¡Has vencido al Minotauro!
¡Estamos a salvo!
Febriles, se pusieron en marcha. Gracias al
hilo, volvían a desandar el largo y tortuoso trayecto que los había conducido
al horror. A Teseo le costaba dominar su impaciencia. Se preguntaba qué dios
benévolo le había dado esa genial idea a Ariadna. Pronto el hilo se tendió: del
otro lado alguien tiraba con tanta prisa como él.
Finalmente, luego de muchas horas,
emergieron al aire libre. El héroe, extenuado, tiró los cuernos del Minotauro
que le había arrancado como trofeo, cerca de la entrada del laberinto. Loca de
amor y alegría, Ariadna se precipitó hacia él. Se abrazaron, felices.
El alba se acercaba. Acompañados por
Ariadna, Teseo y sus compañeros se escurrieron pór las calles de Cnosos y llegaron
al puerto.
--¡Perforen el casco de todos los navíos
cretenses! –ordenó Teseo.
--¿Por qué? –se interpuso Ariadna,
asombrada.
--¿Crees que tu padre no va a reaccionar?
¿Que va a dejar escapar a su hija con el que mató al hijo de su esposa? ¿Qué va
a renunciar al tributo de Atenas? Debemos huir y poner distancia entre ellos y
nosotros.
Subieron a la nave ateniense y escaparon en
dirección a la isla de Naxos, donde desembarcaron para descansar.
Pero cuando Ariadna despertó, después de
muchas horas de pesado sueño, vio que en la isla no había nadie. El ingrato
Teseo, que la había abandonado, navegaba entretanto hacia su ciudad.
Sin embargo, otras versiones cuentan que
Teseo tuvo, esa noche, otro sueño extraño: esta vez fue otro dios, Dioniso, el que se le
apareció.
--Es necesario –ordenó—que abandones a
Ariadna en la isla. No se convertirá en tu esposa. Tengo para ella otros
proyectos.
--Sin embargo… le he prometido –balbuceó
Teseo.
--Lo sé. Pero debes obedecer, o temer la
cólera de los dioses.
Los dioses no actuaban sin motivo. Y
Dioniso tenía buenas razones para que Teseo abandonara a Ariadna: seducido por
su belleza, quería convertirla en su esposa. Claro que Teseo ignoraba esas
intenciones del dios enamorado y celoso. Preocupado por las acusaciones de
ingratitud que seguramente recibiría, olvidó la recomendación de cambiar las
velas que le había hecho su padre.
Apostado en lo alto del faro que se erigía
en la entrada de El Pireo, el puerto ateniense, el guardia gritó:
--¡Una nave a la vista! Es la galera que
vuelve de Creta. ¡Rápido, vamos a avisar al rey!
--¿Las velas? –preguntó el rey alzando la
cabeza hacia el guardia que le traía la nueva-- ¿Puedes ver las velas y decirme
cuál es su color?
--Ay, gran rey, son negras –replicó con
tristeza el guardia.
El viejo Egeo no quiso saber más. Loco de
dolor, se arrojó al mar y se ahogó. Ese mar hasta hoy lleva su nombre: Mar
Egeo, en homenaje a su amor por su hijo.
Cuando la galera atracó, acababan de
conducir el cuerpo de Egeo a la orilla. Teseo se precipitó hacia él. Adivinó
enseguida lo que había ocurrido y se maldijo por su negligencia. Intentó
vanamente revivir a su padre, pero comprendió que era demasiado tarde. La
tristeza que invadió al joven le hizo olvidar su reciente victoria sobre el
monstruo. Con amargura, pensó que acababa de perder a una esposa y a un padre.
--¡A partir de ahora eres rey! –dijeron los
atenienses, inclinándose.
El nuevo soberano decretó solemnemente: “¡Que
este mar desde ahora lleve el nombre de mi padre adorado!
Mientras tanto, Ariadna, sola y en un día
naciente, vio a lo lejos las velas negras de la galera que se alejaban.
Incrédula, balbuceó:
--¡Teseo! ¿Es posible que me abandones?
Siguió la embarcación con los ojos hasta
que se la tragó el horizonte y comprendió que nunca más volvería a ver a Teseo.
Sola en la playa de Naxos, dio libre curso a su pena: gimió largamente sobre la
ingratitud de los hombres y retomó su tejido. Lloraba y tejía.
Textos tomados de: Graves, Robert, Los mitos griegos I, Losada, Buenos
Aires, 1967.
A continuación respondan las siguientes
consignas:
1) Por qué les parece que el texto anterior es
un mito:
*
es de autor conocido o es de transmisión
anónima y popular
*
hay una sola versión de los hechos o varias de algunos sucesos
* permite recreaciones literarias
o hay un texto ya fijado
*
está centrado en una gesta heroica o narra sucesos verosímiles
2)
Buscar información histórico-arqueológica sobre el palacio de Cnosos, en Creta,
hallado por Arthur Evans. ¿Tiene algún parecido con el relato mítico?
Y ahora lean “La casa de Asterión” de Jorge
Luis Borges (http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/borges/la_casa_de_asterion.htm)
que aparece a continuación y contesten
las preguntas que se formulan luego.
La casa de
Asterión (Jorge Luis Borges)
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||
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||
1. El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir
que en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.
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1.- ¿En qué persona gramatical está narrado? ¿Quién es el narrador? ¿Es protagonista o testigo de la historia?
2.- ¿Cómo se lo caracteriza? ¿Coincide con la
imagen que tenían de él a través del mito?
¿Por qué Borges lo habrá elegido como narrador?
3.- ¿Cómo se describe el encuentro periódico
con los atenienses? ¿Se asemeja al relato mítico?
4.- ¿Por qué el personaje hablará de la futura
llegada de un “redentor”?
5.- ¿Está narrado el encuentro con Teseo o en
el cuento se hace una elipsis o supresión del hecho?
6.- Explicar la última frase.
7.- ¿Por qué puede decirse que existe el
cuento de Borges y el mito? ¿Es un intertextualidad literal o alusiva?
Producción
de textos
Redactar un cuento eligiendo una de las
siguientes consignas:
a)
Narrar hechos del mito posteriores
a los que aparecen en el cuento. Elegir para ello un narrador en primera
persona: Teseo, Ariadna, Minos u otro personaje.
b)
Tomar un mito griego que les guste
y redactar el cuento solicitado usando un narrador en primera persona
protagonista.
*******************
Ahora, lean los dos cuentos que siguen, “La
intrusa”, de Jorge Luis Borges y “Ulpidio Vega”, de Roberto Fontanarrosa, y
respondan luego las consignas:
La intrusa (Jorge L.
Borges)
|
|
|
Ulpidio
Vega (Roberto Fontanarrosa)
|
ULPIDIO VEGA, te nombro. Y de la apagada sombra de tu nombre
rescato tu paso tardo por el empedrado desprolijo de Saladillo y la cierta
fama de guapo sin doblez que te persiguió sumisa, como la silenciosa y tenaz
fidelidad de un perro.
Quien te vio alguna vez por el Bajo, no te olvida. De callada
mesura, sombrío el porte, mezquinabas palabras como si fueran monedas caras.
Negros los ojos, en la negrura misma que sobre la frente escasa te tiraba
encima el ala apenas curva de tu sombrero gris, tan conocido.
Ulpidio Vega, te nombro. Y de tu nombre exhala un aliento a
kerosén barato, a bizcochito, a queso de rallar y vino tinto.
Aroma de almacén, de cambalache, que tuvo tu pobre viejo
laburante por calle San Martín, casi en Tablada. Aroma a jabón pinche, a mate
amargo, el mismo aquél que te alcanzaba la mano cordial de doña Cata, tu
pobre vieja, que se cansó de mirar por la ventana.
Ulpidio Vega, te nombro. Y se santiguan las cuatro esquinas
bravas de Ayolas y Convención, las que salieron tantas veces escrachadas en
letra de molde, cuando algún fiambre aparecía tirado en esa encrucijada.
Rezan de apuro las jovatas de memoria larga al recordar tu
estampa de figura fina, el caminar pesado, un gesto de disgusto en la cara
aindiada y el cuerpo erguido por la faca que atrás, en la cintura, te
entablillaba.
Por trabajar en el Swift te habían llamado "El Matarife de
Saladillo".
¡Qué te iba a impresionar a vos la sangre, Ulpidio Vega! Si día
a día degollabas animales y la cuchilla te era tan natural como un anillo,
como un zarzo sencillo en el meñique.
Pero eran dos los Vegas, Juan y Ulpidio. "El Vega
chico" le decían al otro, que también trabajó en el frigorífico.
Y por si fuera escaso el desmesurado coraje de Ulpidio en la
pelea, el "Vega Chico" era también de púa veloz, y sin entrañas.
De negro los dos, siempre, aun de mañana.
Pero, como suele suceder en estas cosas, Ulpidio se metió con
una mina que se levantó una noche de Carnaval en el Club Atlético Olegario
Víctor Andrade. La mina era una reventada que hacía copas en el Panamerican
Dancing, frente a Sunchales, y que ya le había borrado el estampadito
floreado a las sábanas del Amenábar, de tanto frote. Pero una hembra que
pasaba y dejaba el aire como embalsamado de perfume dulzón, y enardecido.
Rosa se llamaba, y era justicia.
Ulpidio Vega, te nombro. Y no me equivoco. Como se equivocó esa
noche fatal la mina aquella cuando por llamarte "Ulpidio",
"Juan" te dijo.
¡Qué oscura mano de destino cabrón los puso frente a frente,
Ulpidio Vega!
¡Vos y tu hermano, inseparables siempre, enfrentados por el
cariño falaz de una perdida!
Tiempo estuvieron mordiéndose las ganas de agarrarse. De mirarse
profundo, y sin palabras. De medirse con odio. Y de no hablarse. Todo el
barrio sabía del bolonqui que rechinaba en los dientes de los Vega. Pero
cuando más de una vez saltó la bronca, y la faca apareció brillando en ambas
diestras, algo los amuraba al suelo y les clavaba la bronca a la vereda.
Algo, que allá en la casa desde chicos les acariciara la frente, les
planchara los lompa y les dejara los botines bien brillosos cuando se iban de
milonga a Central Córdoba. Algo. La vieja.
"Si no te mato", se lo dijo bien clarito Ulpidio a
Juan, "sólo es por ella". "Si no te enfrío", le
contestaba Juan, que no era lerdo, "es por la vieja".
Y así andaban los dos, encajetados, sin poder ni dormir, más que
hechos bolsa. Y encima la reventada de la Rosa les metía la cizaña de su
labio, de sus promesas vanas, de sus mañas.
Y no se pudo más. Aquella noche Ulpidio y Juan llegaron
puntualmente hasta el campito. Era un potrero de pura tierra y matorrales que
los mocosos usaban para jugar al fulbo. Pero esa noche había luna. Y no era
un juego.
Ulpidio peló una faca que tenía este largo. ¡Uy Dio, cómo
brillaba la plata de la luna sobre el filo helado del acero!
Y Juan, Juan peló también tremenda púa que de verla nomás, te
entraba miedo.
"¡Venite!"
"¡Vení vos!", se supo después que se dijeron. Y fue
cuando llegó doña Cata hasta el campito, de pálido rostro, ojos sufridos, de
manos apretadas y pañuelo negro. Nunca se supo quién le pasó el dato. Tal vez
fue esa mágica intuición de madre la que la llevó hasta allí en ese momento.
No se oyó de su boca una palabra. Y tampoco en sus ojos lágrimas
se vieron. Pero eso sí, sus manos agrietadas de lavar ropa ajena en el
invierno, dibujaron en el aire asustado de la noche, un gesto: se agachó, se
sacó una zapatilla y lo demás, frate mío, ni te cuento.
A Juancito lo fajó hasta en el cogote, le deformó la sabiola a
chancletazos, y le sacudió tantos palos por el lomo que lo dejó mormoso al
pobrecito. Contaban los vecinos que lo oyeron, que tirado en el suelo, Juan
rogaba y a la vieja pedía perdón a gritos.
A Ulpidio, de las crenchas lo cazó la vieja aquella, y le
arruinó la jeta a chancletazos porque le pegó media hora, de corrido.
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A)
Busquen una breve biografía de
cada uno de los autores.
Borges:……………………………………………………………………..
Fontanarrosa:……………………………………………………………….
B)
¿Qué coincidencias pueden
establecerse entre los dos textos en cuanto a:
Personajes:………………………………………………………………………
Conflicto narrativo:……………………………………………………………..
C)
¿Cuál es la resolución del
conflicto en cada uno de los cuentos?:
Borges:…………………………………………………………………………….
Fontanarrosa:……………………………………………………………………...
D)
¿En cuál los personajes buscaron
distintas soluciones al problema planteado? ¿Cuáles fueron? ¿Por qué no
funcionaron?
E)
¿Cuál tiene resolución trágica y
cuál cómica? ¿En qué consiste la comicidad de la situación?
F)
En el cuento “Ulpidio Vega” hay
una oración que aparece cuatro veces al comienzo de párrafo. Es un recurso de repetición
en posición anafórica, habitual en la lírica. ¿Cuál es?
G)
¿Qué tipo de intertextualidad hay
entre ambos cuentos: literal o alusiva? ¿Por qué?
L) La parodia es una
obra que caricaturiza, se burla o interpreta humorísticamente a otra obra
artística, autor o tema, mediante la imitación o alusión irónica para emitir
una opinión en general transgresora sobre la persona o acontecimiento
parodiado. La parodia comprende simultáneamente un texto parodiante y un texto
parodiado. El texto parodiante jamás debe permitir que se olvide el texto
parodiado, porque perdería su fuerza crítica. La parodia expone al texto
parodiado y le rinde homenaje, a su manera.
¿Cuál de los textos
vistos es parodia del
otro?.................................................................
¿Qué se estaría
parodiando?.............................................................................................
Producción
Redactar un texto argumentativo sobre
alguna de las siguientes afirmaciones o temas planteados. Ejemplificar con los
textos:
1)
El cuento que más me gustó fue…
2)
La madre de Juan y Ulpidio hizo
bien/mal en pegarles.
3)
¿Qué deberían haber hecho Eduardo
y Cristian ante el amor a la misma mujer que los separaba?
En grupo, ¿se animan a redactar una parodia de
algún texto, mito o serie televisiva?
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